La marcha Radetzky. Joseph Roth
La marcha Radetzky. Joseph Roth
Prologo de Ignacio Padilla.
Biblioteca el Mundo, 2003
ISBN: 84-96200-1-9
Segunda mitad del siglo XIX, Imperio Austro-húngaro.El capitán Joseph Trotta, quien salvó una vez la vida del emperador Francisco José I,se topa un día con un manual escolar que narra la batalla de Solferino (junio de 1859, triunfo de tropas francesas y sardo-piamontesas sobre fuerzas austríacas): justamente aquella en la que realizó la mencionada hazaña. Para su sorpresa y posterior enojo, la versión del manual distorsiona los hechos, amplificándolos y embelleciéndolos con evidentes fines propagandísticos. Lo que el buen capitán no puede saber es que, así como el texto adultera para edificación de infantes la historia de su proeza, el brillo del imperio –del que es un orgulloso súbdito- es sólo brillo de oropel, apto únicamente para encubrir su sostenida decadencia.
El escritor Joseph Roth (1894-1939) vertió en su novela ‘La marcha Radetzky’ (publicada en 1932) toda la nostalgia que podía sentir por el fenecido imperio de los Habsburgo. Nostalgia y tristeza: no obstante el provincianismo de su ciudad natal (Brody, región de Galizia), a pesar de su siempre problemática condición de judío, y a despecho de haber firmado artículos como ‘Joseph el rojo’ (el color del radicalismo de izquierda, antiimperialista; cabe destacar que escribió una serie de reportajes sobre la Rusia revolucionaria, cuyo tenor fue más crítico que admirativo).
Roth sirvió en el ejército austríaco durante la Primera Guerra Mundial. Luego se desempeñó como corresponsal en destinos como Berlín, Rusia y París. El alemán fue su idioma propio, en el periodismo y en la literatura. Huyó del nazismo y se estableció en la capital francesa, donde falleció a los 44 años de edad, atiborrado de desencanto y de alcohol.
En un estilo comedido, reacio a estridencias y afanes innovadores (de los que su época era tan pródiga), ‘La marcha Radetzky’ se ocupa de tres generaciones de varones Trotta von Sipolje, el primero de los cuales es el héroe de Solferino. Si el manual de marras hubiese sido redactado en omisión de todo interés ideológico, difícilmente Joseph Trotta hubiese devenido cromo ejemplarizante, dada la escasa espectacularidad de su hazaña: joven teniente de infantería (que no de caballería, como figura en el texto), nunca acudió en auxilio del emperador para liberarlo de un cerco enemigo (que jamás ocurrió), ni tuvo ocasión de propinar sablazos. Tampoco fue herido de un lanzazo en el pecho. Al menos había algo de cierto: Trotta sí que salvó la vida de Francisco José. Ocurrió del siguiente modo: a poco de comenzar la batalla,el emperador se había aproximado a la unidad comandada por el teniente, dispuesto a emplear unos binoculares; el uso demasiado evidente del instrumento podía convertirlo en blanco para tiradores enemigos. El teniente percibió el peligro; sin pensárselo demasiado, puso sus manos sobre los hombros de Francisco José y presionó, haciéndolo caer –obviamente noera ésta su intención, sólo se propasó en la fuerza aplicada-. Acto seguido Trotta cayó derribado por una bala, la que sin su atolondrada acción hubiese dado en el emperador.
La batalla culminó en derrota para el imperio, pero la imaginería imperial se hizo de un héroe.
Como fuere, el teniente Joseph Trotta ha sido ascendido a capitán, condecorado con la máxima distinción y ennoblecido, añadiéndose a su nombre un sonoro Von Sipolje (en alusión a su lugar de nacimiento, una localidad eslovena). Años después, tras enterarse del bulo contenido en el manual, procura por todos los medios (entrevista con el emperador inclusive) el triunfo de la verdad, sin lograr nada salvo confirmar su frustración. Burocracia y propaganda se imponen, y al propio emperador el asunto apenas incomoda. Al fin y al cabo, ninguno de los dos involucrados sale malparado, y son tantas las mentiras que se cuentan que una más, da igual.
Este primer Trotta ennoblecido y su hijo son almas grises. La existencia de ambos es modélica, tediosamente modélica. Sólo el más joven de los Trotta, Carl Joseph (quien protagoniza la mayor extensión de la novela), parece descarriarse por momentos, más por debilidad que por rebeldía. Irreflexivo como es, incurre repetidamente en deslices de juventud. Contrae deudas y está a punto de ser expulsado del ejército, pero su padre, funcionario de cierto rango, obtiene del emperador el indulto. Tratándose de un Trotta, (casi) todo le está permitido. (El emperador, entretanto, ya está anciano, y de primeras cree tener ante sí al hombre que lo salvó en Solferino –es su hijo-.) Vuelto a la senda de la normalidad, Carl Joseph fallece en la Gran Guerra de manera poco conspicua. Nada es propicio a su padre: el nieto del héroe de Solferino ha muerto, la guerra es un fracaso, el imperio se desmembra y el emperador fallece. Muere él también, el funcionario, muy oportunamente –si cabe-, como un símbolo de una época que ha finalizado. Tras su entierro, dice un personaje a otro que “le habría gustado mencionar que el señor de Trotta no podía sobrevivir al emperador”, a lo que su interlocutor responde: “No sé. Yo creo que ninguno de los dos era capaz de sobrevivir a Austria”.
Si los Trotta fungen como símbolo virtual del imperio, la célebre marcha Radetzky (compuesta por Joseph Strauss en 1848) fue un símbolo real, y aunque los protagonistas de la novela se sienten indisolublemente vinculados al país, esta unión y el símbolo representado por la marcha pueden resultarles ominosos. Un mal día, Carl Joseph comete la irreverencia de interpretar la emblemática pieza en el piano de un burdel, mientras ordena retirar de la pared el retrato del emperador. Sí, el mismo Carl Joseph que, en otras circunstancias, pensaba que no había mejor forma de morir que oyendo música marcial, sobre todo la susodicha marcha. Momentos antes de perecer, el joven Trotta cree oír sus redobles iniciales.
Ya está dicho que el estilo de la novela es sobrio. Puede uno incluso atribuirle un cierto anacronismo: parece salida directamente del austero, sólido realismo decimonónico (no se me ocurre mejor ejemplo que el de Tolstói). Sin embargo, ¿no cultivó Thomas Mann un estilo llano, aunque no siempre tan directo? Pues sí. Contundente llaneza y elegancia se encuentran en ’La marcha Radetzky’. Contundente, también, el impulso abarcador. Así pues, la invitación a leer este clásico de la literatura está cursada
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