Cuadro-cerámica de Alberto Hernández. 2002
Este artísta nacido en San Esteban de la Sierra (Salamanca) en 1959 no puede ser considerado únicamente un gran ceramista, sino que sus piezas son verdaderas pinturas, con la dificultad de que los colores y los tonos no surgen al aplicar sobre la pieza las sustancias o pigmentos, sino que necesitan el calor del horno.
Con un aire metafísico este cuadro me acerca al Egipto de las pirámides. Colores suaves pero profundos que invitan a mirar, a centrarse en los blancos, a pensar en los espacios, eterna obsesión. Vemos tres -espacios- bien definidos, uno a la derecha, son 10 bloques, muy blancos; bloques apilados que podrían ser el borde de cualquier casa. En su centro, una sombra que los hace ser más reales, más perfectos, ¿o no es lo imperfecto, precisamente, lo más perfecto, más real…? Desde allí alguien se asoma, quizá seamos cualquiera de los que miramos. Parece que se dejan ver tres dedos que descansan sobre un segundo espacio liso; en el centro esos dedos -o figuras- y su sombra. Y por último un tercer espacio cuyo centro es una pirámide, solitaria, como si de un cuadro único se tratara. Todo el cuadro nos lleva a este punto.